Me preparé para lo peor. No había algo que no estuviera destruido.
Los vidrios rotos, sillas y mesas destruidas, se habían llevado algunas cosas de las oficinas. En el preciso momento que entré sentí como mi corazón se detuvo. Era horrible.
-¿Te encuentras bien? -preguntó Alejandro tomándome de la mano-. Puedo revisar yo.
-Lo haremos ambos -dije en tono tranquilo y seguro.
Él hizo un gesto de afirmación y les indico a los chicos seguir revisando los perímetros afuera. Alejandro no pensaba arriesgarse a que los culpables nos estuvieran esperando.
-Lo resolveremos. Siempre lo hacemos.
Y tenía razón. Siempre podíamos resolver todo, pero esta vez no sabía si podía. Y lo más cierto era que David tampoco dejaría que me esforzara.
Lo vi salir de una oficina. La del director. La oficina de mi padre. Con un retrato en la mano.
-Está roto -dice en tono triste-. ¿Son tus padres?
Preguntó mientras me pasaba el retrato.
-Sí, son ellos.
Respondí lo más calmada que pude. No quería preocupar a los ch