CAPÍTULO 54 : COMO SI EL AYER NO SE HUBIERA ROTO
El salón comunitario olía a flores silvestres, a pintura fresca y a pizzas. Las adolescentes corrían de un lado al otro con telas colgando de los brazos, cintas sueltas y ramitas de eucalipto en el pelo. Había algo alegre en el aire, pero también un poco de desorden. De ese que solo se acomoda con manos pacientes y una voz firme que sepa marcar el ritmo.
Nayara estaba en el centro, de pie, con las mangas arremangadas y una cesta de velas en brazos. Observaba el caos con cierta nostalgia y cierta angustia también.
—La mesa de ofrendas no va ahí —indicó, señalando con el mentón—. Si la ponen contra esa pared, van a tapar la entrada del guardián lunar. Pónganla al otro lado, y recuerden que siempre debe mirar al este.
Las chicas asintieron, corriendo a corregir.
Ella se quedó quieta un segundo, escuchando el eco de sus propias palabras. La misma frase. Exactamente la misma, que había dicho una vez. Otra vida. Otra versión de sí mi