El regreso a St. Jude’s fue un trayecto corto en distancia, pero infinito en la tensión silenciosa que llenaba el coche de Cassian. La Enzima Sintética C-27 estaba segura, resguardada en su contenedor criogénico en el asiento trasero, pero el beso robado en el callejón oscuro había redefinido su dinámica para siempre. Habían cruzado una línea que no admitía justificaciones profesionales ni protocolos.
Al entrar por el garaje privado, Elara se sintió expuesta, como si cada paso que daba estuviera cargado de la electricidad del deseo prohibido. El profesionalismo de ambos era impecable: Cassian, de vuelta en su impecable traje, irradiaba autoridad; Elara, con su bata recién cambiada, era la precisión encarnada. Pero sus miradas, cuando se cruzaban, eran fugaces, intensas, prometedoras.
Cassian se detuvo frente a la puerta del ascensor privado que subía directamente al ala de Neurociencias.
—Sube. Lleva la enzima al laboratorio de preparación y no permitas que nadie, excepto yo, la manip