Me despierto antes de que suene la alarma. La luz de la mañana es suave en mi habitación de techos altos. Me siento en la cama y, por primera vez en días, no siento la punzada inmediata de la ansiedad. Siento... descanso.
Me doy una ducha caliente, dejando que el agua arrastre el resto de la tensión de la semana pasada. Me envuelvo en una toalla de felpa, me dirijo a la cocina para preparar mi habitual batido de proteínas y me detengo en seco.
Sobre la mesa de la barra de desayuno, hay un plato servido. Huevos revueltos, perfectamente cocidos, con unas rodajas de aguacate y café humeante en la taza de diseño que nunca uso. Al lado, una pequeña nota.
La tomo. La caligrafía es fuerte, audaz, pero sorprendentemente legible.
Gracias por dejarme quedar en tu santuario, Elara. Ya que me invitas a quedarme, el chef residente se toma la libertad de servir el desayuno. No te preocupes, no soy un lobo feroz. Soy un comodín. Que tengas un día caótico y productivo.
— Alex
Sonrío. Una s