El aire en el pasillo me quema los pulmones. No estoy corriendo de un incendio; estoy huyendo de una violación emocional, y la peor parte es que fui cómplice. Mi cuerpo sigue vibrando, ese temblor residual de un orgasmo violento y prohibido. Mis piernas se sienten como gelatina, pero mi mente grita una sola palabra: humillación.
Pido un taxi en la entrada del personal, ignorando las miradas furtivas de los pocos médicos que aún están por ahí. Me siento en el asiento trasero, apoyando la frente contra el vidrio frío, intentando usar la temperatura baja para congelar la lava que corre por mis venas. Cassian, ese bastardo, me ha encontrado. Sabe exactamente dónde está mi punto más débil. No le importa el odio, la traición, el matrimonio. Solo le importa el deseo, y sabe que en ese momento, mi cuerpo le pertenece. Me usó, me consumió y me dejó rota en el suelo de la habitación de su hermana, justo donde debería estar la cura.
El trayecto a casa es un borrón. Solo quiero mi santuario. Q