El aire en la oficina de la Jefatura de Cirugía es pesado, denso con el olor a café quemado y mi propia frustración. Me siento frente al escritorio de roble macizo, que ahora es mío, y la sensación de victoria es tan amarga como la medicación que le administramos a Valeria. Lo gané todo, ¿verdad? El control de St. Jude’s, el arresto de Thorne y Lena, el acceso al Protocolo K-52. Pero estoy más vacío que nunca.
Intento concentrarme en la lista de reestructuración de la Junta, pero la única imagen que se repite en mi cabeza es el rostro de Elara. Su odio. Su voz gritando la palabra: sociópata.
Joder. Joder con Elara.
He pasado las últimas setenta y dos horas intentando interceptarla, hablar con ella, explicarle, rogarle. Pero ella es un muro de hielo. Solo me permite hablar de trabajo.
—Rhodes, el vector proteico de la cepa necesita estabilización a 4 grados Celsius. No me hables de ti. Habla de la cura —sus palabras de esta mañana, frías y cortantes, se clavan en mi memoria como bisturí