El reloj marcaba las 10:17 de la mañana cuando el teléfono vibró sobre la mesita de noche.
Logan, aún medio dormido, entreabrió los ojos. La luz del sol se filtraba con fuerza por las persianas entreabiertas, dándole directo al rostro. Tomó el teléfono a tientas, apenas pudiendo enfocar la pantalla.
Mensaje de Nathan:
“¿Dónde estás, Logan? Son más de las diez. Te estoy esperando en la oficina.”
El corazón de Logan dio un salto.
—Mierda… —susurró, incorporándose bruscamente.
El sueño lo abandonó de golpe. Se pasó una mano por el cabello revuelto, se frotó el rostro, y se levantó tambaleante, tropezando con una camiseta tirada en el suelo. Entró al baño casi corriendo, se echó agua en la cara, se cepilló los dientes con prisa, y se vistió con lo primero que encontró: una camisa blanca medio arrugada y unos vaqueros oscuros.
Mientras se abrochaba los botones, bajó las escaleras. Desde el comedor se escuchaban risas: su padre y su hermana Nara desayunaban entre conversaciones ligeras. El