El rugido de la moto cortaba el aire con violencia mientras Logan se abría paso por las avenidas de la ciudad. La mañana apenas despertaba, y el sol comenzaba a filtrar sus primeros destellos sobre los vidrios de los rascacielos. El viento le golpeaba la cara con fuerza, a pesar de tener el casco puesto, y esa sensación de libertad mezclada con vértigo le servía para despejar su mente, aunque ni siquiera eso era suficiente para borrar la imagen de Nathan Force mirándolo fijamente la noche anterior.

El semáforo cambió a rojo, y Logan frenó. Bajó ligeramente la cabeza, respirando. En el reflejo del visor de su casco, creyó ver por un instante los labios de Nathan acercándose a los suyos. Tragó saliva con fuerza, cerró los ojos un segundo y negó con la cabeza. “Concéntrate”, se dijo.

El semáforo cambió a verde, pero el motor no arrancó de inmediato. Logan se quedó quieto, perdido en sus pensamientos, hasta que un coche detrás de él tocó el claxon con desesperación.

—¡Vamos, idiota! —gri