El sol se filtraba tímido entre las cortinas de la habitación de Logan, proyectando líneas doradas sobre las sábanas revueltas. Se estiró lentamente, aún con la mente embotada por la noche anterior. Había dormido poco, o más bien, casi nada. Cada vez que cerraba los ojos, volvía a ver a Nathan en su habitación, tan cerca, con esa mirada intensa que lo desarmaba por completo. El beso... ese maldito beso seguía quemándole la piel.
Giró hacia el costado y tomó su teléfono del buró. La pantalla iluminó su rostro somnoliento. Dos mensajes nuevos.
El primero, de un contacto conocido:
“Logan, hoy tienes carrera. No puedes faltar. El premio será de diez mil dólares. Prepárate, te necesito en la pista antes del mediodía.”
Era Max, su compañero y amigo desde hacía años, uno de los organizadores de las carreras callejeras de Palermo. Logan se pasó la mano por el rostro y bufó. No tenía ánimos, pero el dinero era tentador. Últimamente los gastos le estaban ganando la batalla.
El segu