En la habitación contigua, Logan permanecía quieto, con la camisa medio abrochada y el pantalón aún sin cinturón. Había escuchado todo, desde la súplica contenida de su hermana hasta la respuesta helada de Nathan. Aquellas palabras lo habían sacudido. ¿Cómo podía hablarle así a Nara, a su hermana, sabiendo que estaba ahí, como si no valiera nada?
La respiración de Logan era agitada. Por un momento pensó en quedarse donde estaba, pero la indignación fue más fuerte. Abrió la puerta con brusquedad y apareció en el despacho.
Nathan ni siquiera levantó la vista de los papeles.
—Te dije que te quedaras probándote la ropa —dijo con calma, aunque en su voz había un filo de irritación—. No recuerdo haberte dado permiso para salir.
—No podía quedarme escuchando eso —replicó Logan, cruzando la oficina hasta quedar frente al escritorio—. ¿Así le hablas a mi hermana? ¿Así tratas a la mujer con la que vas a casarte?
Nathan levantó entonces la mirada, sus ojos oscuros brillando bajo la luz cálida de