En la mansión Smith habia un silencio extraño aquella noche, como si la calma misma hubiera decidido fingirse para ocultar las tensiones que latían dentro de sus muros. Logan entró cansado, con la chaqueta colgando del hombro y el casco de la moto en la mano. El día había sido largo, lleno de situaciones que apenas había tenido tiempo de procesar, pero nada lo había preparado para lo que estaba a punto de escuchar.
Dejó el casco sobre el primer peldaño de la escalera, con ese descuido típico suyo, y entonces lo oyó: voces elevadas provenientes del despacho de su padre. No era común. Jon Smith era un hombre que rara vez alzaba la voz, siempre calculador, siempre dueño de su temple. Aquello ya era motivo suficiente para inquietarse.
Logan se acercó en silencio, con pasos lentos, hasta la puerta entreabierta del despacho. El sonido era claro, desgarrado por la tensión.
—¡Te estoy diciendo que las acciones están bajando, y si no hacemos nada, voy a caer en la maldita quiebra! —la voz de J