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Cuando el final del receso llegó y la campana volvió a escucharse en toda la zona estudiantil, Oliver se afligió al entender que Abigaíl había entrado, pero que jamás había salido.

Se decidió a entrar, aun cuando consideró que era la acción más osada que había cometido después de acostarse con ella.

No quería ser visto ingresando a una zona que no le correspondía, así que fue cauto en cada pisada y movimiento.

La zona estaba oscura y lo primero que le aturdió fue el vapor que salía del fondo. Un aroma a perfume que se mezclaba con dulzor llegó después. Oliver pisó lentamente, siendo cuidadoso de no mojarse las botas marrones que llevaba.

—¿Abigaíl? —llamó con un suave susurro, pero ella nada le respondió.

Tuvo que apurar su andar para encontrarla.

Cuando escuchó a alguien llorar, supo que se trataba de Abigaíl, no tenía que reconocer su voz para entender lo obvio.

Caminó apresurado hasta la única puerta que continuaba cerrada.

—Abigaíl —clamó y le propinó un par de golpecitos a la p
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