DALTON
El plan era sencillo en mi cabeza: entrar al hotel, pedir el número de habitación con un par de palabras dulces y, en menos de cinco minutos, estar abrazando a mi chica. Pero claro, eso solo ocurre en películas de bajo presupuesto y novelas románticas. No en la vida de los Keeland.
Lo mío al parecer era el drama de la vida, los obstáculos, el suegro malvado que se quiere llevar a mi chica a otro lugar lejos de mí. Porque ahora resultaba que tenía un tío malvado, el cual estaba obsesionado con mi mujer, y honestamente, no sabía que casarme sería toda una travesía. Muy diferente a lo que se acostumbra.
Jonathan estaba apostado como estatua en el lobby, oliendo peligro y celos como sabueso entrenado en la milicia. Y yo, con el corazón ardiendo y la adrenalina disparada, sabiendo que tenía que improvisar si quería llegar a Lía antes que el diablo, o en este caso, antes que el mismo papá de Lía.
El teléfono vibró en mi mano. Mensaje de Lía.
LÍA: Estoy en el piso diecinueve. No te ta