LÍA
El abrazo de Dalton todavía ardía en mi piel cuando escuché el ruido en el pasillo. Un estruendo metálico, voces demasiado cerca, el sonido de una puerta golpeando contra la pared. El miedo me pegó como un balde de agua fría. Supe, con esa certeza de las cosas inevitables, que el tiempo se nos estaba acabando.
—Tenemos que salir de aquí —. Susurró Dalton, apretando mi mano.
Le creí porque no había otra opción. Con él a mi lado, era capaz de enfrentar el mundo o de lanzarme por la ventana del piso diecinueve si hacía falta. Para nosotros, casarme con John Douglas no era una opción. No entendía por qué mi papá estaba tan insistente, y ahora, claramente, había movido cielo, mar y tierra para atraparme.
Corrí hacia la maleta, buscando mi bolso y el celular con manos tan temblorosas que casi lo tiro todo. Escuché la voz de un hombre afuera, autoritaria, peligrosa:
— Revisen este piso. Toquen puertas, hagan lo que sea necesario, pero ¡no los dejen salir!
Me quedé pasmada. Dalton me jaló