LÍA
Llegar a Charlotte fue como salir de un túnel oscuro y encontrarnos, al fin, bajo la luz cálida de la libertad. Dalton no quiso perder ni un minuto más. Reservó la mejor cabaña del complejo nupcial, una habitación acogedora con paredes de madera, enormes ventanales y una cama tan grande que parecía un altar para dioses del deseo. Afuera, el bosque susurraba, y adentro, el aire vibraba de ganas contenidas y promesas incumplidas.
Pero antes de dejarse llevar por el vértigo de nuestra libertad, Dalton se separó a regañadientes, con una sonrisa pícara, y tomó el teléfono fijo de la habitación, porque primero tenía que hablarle a su mamá, antes de que incendiara media ciudad por saber en donde estábamos.
— ¿Mamá? —Su voz era suave, temblorosa, como la de un niño que acaba de ganar la guerra de su vida.
— ¡Dalton! ¡Por el amor de Dios! —La voz de Amanda explotó desde el otro lado de la línea, tan llena de emoción y alivio que se me humedecieron los ojos. Pude escucharla sollozar, hablar