LÍA
— Hazlo —. Fue lo primero que me salió en un susurro con el corazón acelerado—. Quiero que me tocas como realmente lo haces, Dalton Keeland.
Mi voz sonaba a una súplica, una de la que no pensaba avergonzarme, pues él era el culpable de que yo me sintiera de esa manera.
Dalton me guio hacia el otro lado, empotrándome contra la pared, el mármol frío contrastando con el calor devorador de su cuerpo. Sus manos me recorrieron con avidez, alzando mi vestido, deslizándolo por mis hombros y dejándolo caer a mis pies. Me sentí desnuda bajo su mirada, vulnerable, deseada, completamente a su merced, y no quería estar en ningún otro lugar.
Me giró suavemente, su pecho cubriendo mi espalda, su boca en mi cuello, besando, mordiendo, dejando marcas de su paso como si firmara una obra de arte. Sus manos bajaron por mi cintura, apretándome contra él mientras sus dedos jugueteaban con el borde de mi tanga.
Me estaba rindiendo a él, a mi futuro esposo, como nunca lo había hecho con ningún otro hombr