LÍA
De todas las desgracias que había vivido en mi vida, jamás imaginé que el mejor hombre del mundo me fuera a pedir matrimonio después de haber huido de un matrimonio forzado con un criminal.
Por un instante, todo el universo se detuvo. Lo juro. No escuchaba nada, ni siquiera el sonido lejano de los autos, ni el agua de la fuente, ni mi propia respiración. Solo existía Dalton, ahí, hincado ante mí, con la ciudad ardiendo de fondo, la lámpara del alumbrado público bañándonos en una luz dorada y las palabras “¿te casarías conmigo?”, flotando entre nosotros como una burbuja a punto de explotar.
Sentí que el tiempo se estiraba, que cada segundo se volvía eterno, como si el destino se entretuviera torturándome con la espera. Veía su mano temblando, el anillo brillando en sus dedos, pero sobre todo veía el miedo y la esperanza en sus ojos. Vi todo lo que nunca había dicho, lo que nunca había querido admitir ni siquiera para mí misma.
Me cubrí la boca con ambas manos, tratando de ahogar el