DALTON
Salimos de la empresa bajo un cielo anaranjado, todavía cargado de la electricidad que había dejado la tormenta en la oficina. No solté la mano de Lía ni un solo segundo, y cuando salimos del estacionamiento de mi empresa, sentí que podía respirar por primera vez en el día.
No necesitaba que ella dijera nada. Sabía que cada paso que daba, cada mirada al suelo, cada respiración contenida, era el resultado de todo el veneno que había absorbido por mi culpa, solo por amarme. Y lo único que quería era regalarle un instante en el que no tuviera que pelear con nadie. Ni con el mundo, ni consigo misma. Quería que llevara aquella vida tranquila que tanto merecía.
Conduje en silencio, acariciando su mano, y la llevé a ese restaurante pequeño que descubrí una noche de soledad, antes de conocerla. Una joya escondida en medio de la ciudad, con una excelente cocina, un ambiente abrazado en medio de un muelle que da al lago,luces de hadas colgadas entre las plantas, y un rincón solo para dos.