LÍA
Las palabras “futura señora Keeland” rebotaron en mi cabeza como un eco imposible de ignorar. Eran ese tipo de magia que era imposible de ignorar y hacía que un ejército de mariposas drogadas aparecieran golpeándome el abdomen y las piernas se me hicieran agua.
Me atravesaron la piel, los huesos, el corazón y llegaron hasta ese rincón secreto donde solo viven los sueños más tontos y los anhelos más ridículos ¿Futura señora Keeland? ¡Por favor! ¿Quién, en su sano juicio, quería ese título? Yo, al parecer. Yo, la que juró, no enamorarse de un jefe, ni de un hombre como él, ni de nadie tan complicado. Y, sin embargo, ahí estaba, con el corazón, bailando zamba y la dignidad, arrastrándose por el suelo, completamente, irremediablemente, tontamente loquita por ese hombre.
Me mordí el labio para no sonreír como idiota, pero fue inútil. Dalton seguía en el escenario, con el foco sobre él, intentando lo imposible, bailar como si estuviera invocando a todos los dioses de la lluvia, el trueno