—Yo te amo, Daniel, demasiado — susurró Serena en una inspiración, cerrando los ojos ante su suave contacto.
Continuó besándola, disfrutando de su sabor dulcificado mezclándose con el suyo, aumentando la intensidad a cada segundo transcurrido, mientras sus manos empezaban a delinear su cuerpo y se separaba para acercarse a su oído, acaparando su lóbulo izquierdo con su boca.
—Mi amor, mi antídoto, mi cura, mi Serena mi ángel, mi nena.
Sus labios descendieron hasta su cuello y la observó entreabrir los labios en un suspiro dulce, al mismo tiempo que su boca volvía a atesorar la suya con mayor fogosidad, apresurando los latidos atronadores de su corazón. Tomó un breve segundo para recuperar la respiración y su cuerpo no respondió cuando, entre su vista empañada por el calor y el resto de lágrimas, logró divisar tres siluetas.
Y no tardó nada en reconocerlas.
Su hermana estaba observándolo todo con el rostro sin color, su madre desfallecía a su lado y su padre se mantenía irguiéndose jun