Entre sus explosiones de desenfreno, Santiago instintivamente se volvía comedido en momentos precisos, enfocando su atención en brindarle a Christina caricias suntuosas e inesperadas, sin dejar el principal motivo de sus acciones a un lado, el cual era hundirse entre sus muslos con desespero. Ella en cambio, era presurosa, cuando se excitaba se descomprimía, afloraba ese instinto carnal, uno que la empujaba a ser demandante, aunque no de una forma dominante, pero sí desinhibida.
Al menos, eso le estaba comenzando a suceder cuando estaba con Santiago. Era algo
de lo que ella misma se sorprendía, como le pasó aquella noche en la ducha, en donde se encontró tocándose sin recato frente a él.
Fue así como comenzó a tirar de la cinturilla de los calzoncillos de Santiago, que aún
descansaban en la parte baja de sus caderas, sin que él parase de besarla, haciéndola sentir que su piel flagraba al estimularse con el roce de aquellos pectorales velludos. En vista de que ella insistía, él se irg