Tenía una adicción y fascinación, una locura particular por los gemidos femeninos. De adolescente, cuando besaba a una chica, siempre estaba atento a la velocidad de la respiración, a la intensidad de los jadeos, al tono que adquiría la voz de esta al estar excitada. La peli roja se relamió los labios. Sin percatarse, se inclinó, dejando ver el bonito escote que enmarcaba el par de pechos generosos, sobre el escritorio donde estaba el pan y aspiró el aroma de los rollos de canela recién horneados. Santiago aguzó el oído y observó la garganta de la mujer, que movió los labios hacia delante con sutileza, para finalmente entreabrirlos. Casi podía sentir cómo sus cuerdas vocales se ponían en funcionamiento para gemir. Le gustaba mucho las vocalizaciones femeninas, por lo que permaneció expectante para escuchar los sonidos que emitiría la dama, sin embargo, ese gusto tomó mayor degustación, cuando escuchó a la amiga de enfrente tener sexo, su madre lo envió, al hogar de la amiga, a entreg
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