-No te odie, mentí, solo te amé dolorosamente -admitió sollozando-. Lo siento, no debí
pensar en mentirte.
Sí algo comprendió Christina, en la ausencia de Santiago, fue que el roce era algo fundamental para la vida. El acto amatorio de juntar piel con piel era necesario, sin ello, carecía de sentido o propósito. Por eso no dudó en dar un paso adelante y lo jaló por el cuello, atrayéndolo con premura hacia sus labios para sellar aquel encuentro como un trato, uno en donde decidieron nunca más estar separados, con un beso apasionado. Santiago la besó consonante, mordiéndole los labios para que no pudiera escapar de la lujuria que le corría por las venas. Ella lo asió, jalándole el cabello, besándolo con ansias. Luego se separó de él un segundo, lo escrutó con atención, como si viese sus facciones por primera vez y le dijo que lo amaba de una manera intensa, contundente, para después exigirle más. Quería más besos, más caricias, todo el roce de su cuerpo.
-Christina... te amo, perdóname,