Cuando volvió a abrir los ojos, la luz de la mañana se colaba por la ventana. Estaba sola en la cama y un delicioso aroma provenía de la cocina. El estómago le rugió en señal de protesta, por lo que se apresuró a lavarse los dientes para ir a satisfacer la apremiante hambre que la mortificaba, tanto de alimentos, como de ganas de manosear a cierto hombre.
-¿Por qué estás despierta? Te iba a llevar el desayuno a la cama.
Christina se acercó y lo abrazó desde atrás, restregando su rostro contra su espalda, aspirando con fuerza.
-Hueles tan rico. Me hacía falta olerte.
-Dame un beso -pidió Santiago girando hacia ella.
Christina posó ambas manos en sus mejillas y le dio un par de besitos suaves y al terminar froto su nariz con la suya.
-Aliméntame, por favor, necesito mucha energía, hoy es un día importante.
-Sí, lo sé.
-Hoy haremos maratón de sexo y comida, hasta que desfallezcamos.
-¿Qué? -preguntó Santiago riendo-, creo que no estamos pensando en lo mismo.
-Cielo te voy a dar durísimo.