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-Sí eso ya lo sé. Déjame ir por un pijama y me daré un baño.

-De acuerdo, pero prométeme que no abrirás más la llave del agua caliente.

Ella hizo un puchero que le causó gracia y la siguió a la habitación. La vio buscar todo lo que necesitaba para volver al baño. Pasados unos segundos, la escuchó gritar una aldición, seguramente, cuando entró al agua y la sintió helada. No pudo evitar reírse un poco, aunque sabía que la pobre la estaba pasando fatal. Diez minutos después, escuchó cómo salía de la ducha.

-¿Necesitas ayuda? -preguntó a través de la puerta.

-No, yo puedo, gracias.

Christina se vistió con movimientos lentos, le dolía todo el cuerpo y estaba a punto de perder la razón. Lucía demasiado pálida y descompensada. «¿Qué otra cosa debó agregar a la lista de bochornos con Santiago?», pensó mientras intentaba adecentarse un poco, cepillándose el cabello, para después desechar rápidamente esa idea. No debía atraer más a la mala suerte, estaba visto que se estaba encariñando con ella
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