Dos personas destrozadas que se encuentran por casualidad, en el Balneario Eterno Paraíso, para asistir a un programa de relajación de la mente, que ninguno de los dos quería. Descubrirán que el mundo no es ese lugar frío y hostil que creen que es, que después de perder a un ser querido, se puede salir adelante. Rosaura Mejide, neurocirujana reconocida en la ciudad de Murcia, sin alma desde que perdió a su hija de 12 años, tras una dura lucha contra el cáncer. Noah Hazard, un futbolista de élite, cuya residencia actual está en Madrid, cansado de los excesos que forman su vida: drogas, chicas y deudas. El destino quiere que estas dos personas se encuentren, o puede que no sea sólo el destino y haya fuerzas que ni imaginan intentando unir a estas dos personas que pertenecen a mundos tan distintos. Todo esto y mucho más en una nueva historia de mi autoría. Que nació así, sin más, después de pegar cromos en un árbol de fútbol... la inspiración a veces está en cualquier lugar, a punto de nacer en una nueva historia, sólo hay que estar atenta a las señales. Esta historia es totalmente de mi invención, cualquier parecido con la realidad es mera casualidad. Los personajes son ficticios.
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Aún no estaba segura de la decisión que me había obligado a tomar. No fueron mis padres, ni los insistentes ruegos de mi hermana o mi mejor amiga, los que me hicieron llegar a ese punto. Era yo misma, yo y mis constantes exigencias que me negaba a abandonar.
Miré por la ventanilla, observando aquel cielo despejado que me dejaba ver el intenso azul que adornaba la isla. Un atisbo de tristeza inundó mi alma, que estaba rota y llena de cicatrices, un dolor que nunca se fue del todo, aún seguía dentro, podía sentirlo con cada idea, cada recuerdo, cata atisbo de esperanza …
Apreté mis puños, haciéndome daño con las uñas en las palmas, clavándolas tan fuerte que creí que sangraría. Pero aquella vez tenía el control, no podía volver a perderme en mí misma, porque sabía que Carmen jamás me lo perdonaría. Era difícil, llegar a las expectativas que ella tenía de mí, más cuando ya no estaba para calmar aquella realidad que me asfixiaba día a día.
Ni siquiera podía refugiarme en el trabajo, como hacía antaño, pues ya no ejercía. Era incapaz de sujetar un bisturí, mis manos temblaban, no me veía capaz de salvar la vida de nadie, cuando había perdido a mi propia hija. Impotente, sin poder hacer nada para retenerla a mi lado.
Estaba enfadada, con Dios, por arrebatarme lo único bueno que había en mi vida, lo único por lo que siempre valió la pena luchar.
Mis lágrimas se precipitaron al vacío, y yo me enfadé tanto conmigo misma, por volver a permitir que algo sucediese, que las limpié con rapidez, percatándome entonces, de que habíamos llegado.
El taxi se detuvo frente al complejo, en aquella isla tan conocida por sus ensaimadas, un lugar de ensueño que no iba buscando. Sólo quería paz, tranquilidad y recuperarme de un duro golpe, nada más.
Bajé del auto, tras pagar la carrera al taxista, dejé la mente en blanco y saqué las maletas, adentrándome en aquella pequeña aventura. Aún podía recordar a mis padres, con el pasaje comprado y el sobre con el programa al que me habían inscrito. De nada sirvieron mis persistentes “No quiero ir”, ellos sólo querían alejarme de todo aquello, del dolor. Y en cierta forma los comprendía, por esa razón estaba allí, a pesar de que ya no creía en nada, todas las esperanzas para ser feliz habían terminado con la muerte de Carmen.
Llegué a mi habitación, la 56, dejé las maletas en la entrada, admirando maravillada cada rincón de aquel lugar: el baño era espacioso, tenía una bañera de jacuzzi junto a una ducha de estilo árabe, en el suelo, directamente, el lavabo era tan amplio que cabrían todos los cosméticos de mi hermana Susana, que era una fanática del maquillaje. El váter era de esos que cuando pulsabas un botón salía agua para que te limpiase el trasero, y el espejo era tan grande que reflejaba cada rincón del baño. Se podría decir que las paredes eran espejo. Pero … ¿quién querría mirarse al espejo mientras se duchaba? Negué con la cabeza, saliendo del baño, observando el enorme armario que había en el pasillo, ahí cabría toda mi ropa, sin necesidad de usar el de la habitación. La cama era muy amplia, había una chocolatina sobre la almohada, y toallas a los pies de la cama, el armario de esa zona también era enorme, en su interior tenía una caja fuerte y un montón de perchas. Al otro lado, junto a un balcón con unas excelentes vistas al mar, había una televisión de plasma incrustada en la pared y en el mueble de debajo un frigorífico y una colección de bebidas en mini talla.
Dejé aquello y me marché a admirar las vistas, sobrecogida, nunca esperé ver algo tan bonito. Mis padres tenían razón, hacía mucho que no salía de la ciudad, cinco años para ser exactos, desde que Carmen empeoró. Necesitaba algo como aquello.
Aquella escapada me hacía falta, desconexión total, sin teléfono, sin llamadas del exterior dándome el pésame por la muerte de mi hija, sin preguntas constantes sobre dónde estaba mi esposo, sin que Susana me recordase a cada rato que tenía que ir al sicólogo para recomponerme por la pérdida tan trágica, sin que mi jefe me llamase para preguntarme cuándo iba a volver al trabajo. Era normal, era la mejor neurocirujana del país, era normal que la gente quisiese que volviese a operar, pero yo no podía, no después de haber despedido a mi hija de la forma en la que lo hice.
Carmen tenía tan sólo 12 años cuando se fue, era una niña con un futuro por delante, con miles de experiencias que vivir, y ni siquiera tuvo esa oportunidad, aquella maldita enfermedad la venció, y murió de forma prematura.
Recuerdo que nunca se enfadó por lo que le había tocado vivir, aunque yo me viniese abajo, ella siempre estaba ahí para recomponerme, para darme ánimos y ayudarme a seguir. Se suponía que debía de ser al revés ¿no?, era ella la que estaba enferma, y yo era su madre. Pero al final, esa niña sacaba el coraje de dónde no lo había, y seguía luchando. Lo hizo por 5 años, 5 duros años, en los que los médicos no nos daban mucha esperanza de vida, según ellos a mi pequeña no le quedaba más de 1 año, quizás 2. Pero ella les demostró que se equivocaban, aguantando más tiempo que ningún otro niño en su estado.
Recuerdo… Recuerdo cuando se fue, aquella noche de luna llena, con sus ojos clavados en los míos, dedicándome la mejor de las sonrisas, después de haberse tomado sus doce uvas, y haber dado la bienvenida al año nuevo, mi sol se marchó, sus pulmones dejaron de respirar, y su mirada se quedó vacía.
El dolor que sentí en aquella noche es indescriptible, no se lo deseo ni al peor de mis enemigos. Una hija, perder a una hija es lo peor que a uno le puede pasar. Una madre nunca debería sobrevivir a una hija.
Sola, completamente sola, sin el apoyo de su padre, que se marchó al segundo año, sin poder aguantar su caída del cabello, los duros tratamientos, sus llantos en la noche por el dolor que sentía dentro, un dolor que ni siquiera los calmantes o relajantes musculares podían aliviar.
Mi pequeña se levantaba con dolores, y a veces eran tan fuertes que rompía a llorar en mitad del almuerzo, suplicándome que parasen. Impotente, intentaba consolarla, le cantaba una canción de cuna y la acurrucaba entre mis brazos, hasta que se quedaba dormida. Sabiendo que eso era lo único que podía hacer por ella, porque el dolor no se marcharía jamás.
Pero eso terminó, quizás era lo mejor, ya no sufriría más, la que lo haría a partir de ese momento sería yo, por no volver a ver su maravillosa sonrisa o sus ojos sobre los míos.
Noah:
Escuchaba la monótona voz de mi hermano, hablándome sobre las maravillas del programa Dulce Paraíso, del que no dejó de hablar desde que salimos del aeródromo hasta que llegamos al complejo turístico. Fue agotador, os lo aseguro, apenas había dormido por el maldito jet lag, las fiestas y el chute de alcohol que me pegué la noche anterior.
No tenía ganas de ir a un balneario, quería seguir con mi maravillosa vida de lujos y excesos, pero mi mánager opinaba distinto, por supuesto. Y no era para menos, en los últimos meses, reconozco que se me estaba yendo un poco de las manos, incluso el presidente del club estaba pensando en prescindir de mí. Era normal, le estaba costando demasiado dinero cubrir todos mis escándalos.
El teléfono comenzó a sonar, haciendo que saliese de mis pensamientos, lo descolgué y lo llevé a mi oreja, pero antes de responder Kylian me lo quitó y lo guardó en el bolsillo interno de su chaqueta.
El camino se me hizo eterno, y al llegar lo agradecí bastante, pues tras un fuerte abrazo por su parte, y mis continuos intentos por alejarle de mí, se marchó en el coche, dejándome a mi suerte en aquel complejo.
Entré en el amplio recibidor, dejando atrás la cristalera de la entrada, deteniéndome detrás de una joven que no me pasó desapercibida. Sin lugar a dudas, en otras circunstancias habría intentado ligármela, pero aquel no era el momento ni el lugar.
La chica era guapa, rubia, ojos azules, y tenía pinta de tener un cuerpazo, a pesar de ir bien tapada y con una coleta sujetando su cabello.
Entré en ella, dejé las maletas junto al baño, sin tan siquiera poner mucho empeño en mirar hacia ninguna parte, tumbándome sobre la cama, boca arriba, cansadísimo. Quizás podría echarme una cabezadita antes de empezar aquella aventura, quizás…
Dejé de pensar en cuanto miré hacia el techo. Había un espejo en el techo. ¿Para qué coño habían puesto un puto espejo en el techo? No podía entenderlo. ¿Quién coño querría mirarse en el espejo mientras dormía?
Si Kylian estuviese allí le parecería de lo más osado dormir en aquella cama con un espejo en el techo. Me reí al imaginar la cara que pondría, durante un buen rato.
Graciela acababa de llegar a casa, estaba agotada después de una larga mañana de consultas, sin parar. Se dio una ducha, y salió justo a tiempo, pues el timbre de la puerta sonó, indicándole que su cita ya estaba allí. Abrió la puerta, despreocupada, observando a aquel hombre que la volvía loca. Era el hombre con el que más tiempo estaba aguantando, y eso era todo un logro. Quizás se debía al hecho de que Ulises estaba incluso más loco que ella. Ponte la tele un rato, me pongo algo y nos vamos – él asintió, dejando que ella se fuese a la habitación y puso la tele, justo estaban echando un programa del corazón. La presentadora dejó de hablar sobre el segundo embarazo de Shakira con aquel famoso jugador de fútbol, cambiando de tercio completamente. “Y otro de los jugadores que también se ha fijado en una rubia despampanante es Hazard, que el pasado fin de semana, después del partidazo que nos ofreció en Italia, salió a pasear por las calles de Roma, junto a la que parece que es su a
La luz del día brillaba con un tono especial, los cantos de los pájaros se escuchaban aquí y allá, las mariposas revoloteaban con su peculiar aleteo, los patos de un lugar a otro corrían pues a todos querían saludar, los ciervos bebían agua en la fuente, y los pavos reales desplegaban sus plumas para a todos mostrar. En aquel jardín celestial, con cantos gregorianos de fondo, la armonía prevalecía sin igual. Y en la puerta de aquel bello lugar, sentado en un hermoso banco de piedra caliza, un hombre singular se encontraba, con un impoluto traje blanco y un bastón del mismo color. Parecía estar esperando algo, o a alguien, pues no hacía más que mirar hacia el horizonte, hacia el largo pasillo sin fin que había frente a él. Poco a poco, de la más simple nada, un extraño humo blanco rodeó la escena, era tan espeso, que apenas podía verse a través de él. Los cantos de hace un momento se habían detenido, ya ni siquiera podía escucharse el agua que caía al e
Rosaura. Atravesamos la multitud, llegando a la estancia, el tipo de seguridad me miró de reojo cuando le entregué la entrada medio rota, yo tan sólo me encogí de hombros. Mamá estaba entusiasmada, se hizo fotos a diestro y siniestro con algunos jugadores, consiguiendo una camiseta firmada por uno de ellos, incluso consiguió que uno le firmase una teta, mientras papá rompía a reír, ante aquella imagen, le hacía mucha gracia. Yo evité su mirada todo el tiempo. Me fijé en que al mismo tiempo que firmaba autógrafos y se hacía fotografías con los fans, sonreía cada vez que veía a mi familia disfrutar. Es Hazard – gritaba mi padre, tirando de mi mano, sin darme cuartel – vamos, que se ha quedado libre, hagámonos una foto con él. Tragué saliva en cuanto estuve frente a él, estaba incluso más guapo que de costumbre, la ropa de la equipación y el sudor le daban ese aire seductor que tanto
Noah. A ver… estaba de los putos nervios, saber que ella estaría allí, entre el público mirándome, tan sólo quería dar un espectáculo incluso mejor del que normalmente daba. Hacer que se sintiese orgullosa, que supiese lo que se perdía si no estaba conmigo. Quizás lo hacía por eso, para demostrarle que era un buen partido, a pesar de que ella no era de las que se dejaba impresionar con facilidad. Ella no iba detrás de mi pasta. Además de eso, creo que la había recuperado de alguna forma, amistad, creo que podía llamarse, me escribía todo el tiempo, mostrándome cada lugar de la ciudad que visitaba, junto a su familia, lucía feliz, creo que todo mi esfuerzo había valido la pena sólo para llegar a ese momento, a hacerla sonreír. Lo haría todo de la manera en que lo había hecho sólo para llegar a ese mismo resultado, aunque eso significaba tenerla fuera de mi vida. Justo estaba en el hotel, descargando la maleta, cuando re
Rosaura:Tenía los brazos agarrotados del frío, la lluvia seguía cayendo sobre mí, pero yo no podía moverme, seguía mirando hacia la oscuridad de la noche, allí, sentada en aquel banco, mirando hacia el lugar por el que él se había marchado, horas antes.Había terminado – me recalqué a mí misma, dejando escapar algunas lágrimas más, que se perdieron con las gotas de lluvia que caían sobre mi rostro, en seguida – había perdido mi única oportunidad de ser feliz.Sentía, una parte de mí lo hacía, como si hubiese perdido a Carmen por segunda vez. La única chispa de luz que había encontrado en aquel más de oscuridad también se marchaba de mi lado.¿Por qué no hice las cosas de otro modo? – me recriminaba a mí misma, s
Rosaura:Hacía calor, el sol incidía en mi piel, tostándola, mientras escuchaba a Carmen contándole a su padre sobre la forma correcta de colocar los manguitos para que se los colocase a su primo Pedro, este parecía estar siguiendo sus instrucciones, pues al cabo de un rato rompió a reír, y le dio un sonoro beso a su progenitor.Un sonido infernal que no parecía salir de ninguna parte inundó aquella playa, un maldito teléfono móvil.¡Aush! ¡Apáguenlo ya! ¡Yo quiero seguir durmiendo!¿Durmiendo? ¿Aquello era un sueño? ¿Y dónde estaba mi preciosa ardillita?Muerta – me recordé a mí misma, justo cuando ese sonido se apagó – esparciste sus cenizas en el mar hace unos meses, ¿recuerdas?Mierda, más en aquel momento, quer&iacut
Último capítulo