Antes de que pudiera terminar de entender dónde estaba, la escena se convirtió en un latido sostenido. Entramos a través de una puerta de Jade a un salón gigante, una especie de cocina comunitaria. Me adentré en un espacio que parecía respirar con cada crujido de la madera y cada chisporroteo de las cazuelas. Gente de ambos sexos se movía en una coreografía que mezclaba destreza y cuidado, como si cada tarea fuera una promesa de protección y alimento. El olor a hierbas y humo cálido me golpeó la cara y, por primera vez desde que llegué, pensé que quizá aquí había un lugar para mí, aunque todavía no pudiera verlo claro.
La Madre de la casa apareció desde un extremo del salón. Era una mujer mayor, con una serenidad que parecía venir de siglos de experiencia. Su presencia no imponía; invitaba. Sus ojos, suaves y atentos, me analizaron sin prisa y luego se fijaron en mí con una calidez que me dio una leve esperanza, casi un tesoro escondido entre nervios.—Bienvenida —dijo, y su voz fue un bálsamo que me envolvió—. Christian quiere que la manada vea que confiamos en su elección, así que mientras el regresa, puedes ayudar a las jóvenes en su labor.
Asentí, intentando que mi garganta dejara de ser un nudo. Una de las lobas madre me guió hacia un grupo de cuatro jóvenes que pelaban verduras para la cena. Las miradas que me atravesaron no eran hostiles, sino desconfiadas, como si cada ojo fuera una pregunta que aún no tenía respuesta. Los cuatro se presentaron, con una mezcla de timidez y orgullo que les daba un aura de camaradería invisible.
—Yo soy Mara —dijo la chica de rasgos afilados—. Estos son Kira, Jonas y Sela. Somos un equipo; si necesitas una mano, la tienes.
La mesa se convirtió en un mosaico de nombres y gestos, cada uno sabía encajar en su rol, y cada uno estaba atento a cómo me adaptaba a ese ritmo. Me acomodé en un banco de madera y, por primera vez, permití que mi respiración volviera a su ritmo natural. Lucil, una loba extrovertida y curiosa, irrumpió de golpe en mi campo de visión con una sonrisa que parecía una chispa de luz.
—No todos entienden por qué una humana camina entre nosotros —dijo, acercándose como si la situación fuera un juego que se puede dominar. Su expresión me confundió, ¿ellos también creían que era humana?—. Pero podemos enseñarte lo que significa pertenecer a esta manada: lealtad, protección y la huella de un líder que no cede ante la duda —no sabía qué decir, así que solo asentí.
Entre la conversación, noté a las dos jóvenes que me despreciaron al entrar con Christina, ellas se habían quedado en una esquina, murmurando entre sí y lanzando miradas de rabia hacia mí. Con ellas estaba otra chica quien asumí sería Tatiana. Lucil notó mi tensión y bajó la voz para explicarme:
—Tatiana está celosa. Es una de las protegidas de Christian y se siente amenazada por tu llegada. Es probable que tema perder su control.
Apreté los dedos contra la tela de mi blusa y me sequé el sudor de mis manos contra la superficie de mi jeans. La tensión y la ansiedad comenzó a aparecer en mi cuerpo. No era solo una bienvenida fría; era una prueba silenciosa de si realmente pertenecía o no.
En ese instante, las tres mujeres que habían observado desde la esquina se levantaron en fila, con gestos altaneros y pasos medidos como si enseñaran una lección de jerarquía sin palabras.
—Una humana entre nosotras, ¿eh? —dijo Tatiana con una sonrisa que parecía desafiarme a responder.
Las palabras de Tatiana flotaron en el aire, cortando la calidez de la cocina como un hilo afilado. Lucil me lanzó una mirada rápida y tranquilizadora, como si leyera mi miedo sin que yo lo hubiese contado.
—No te preocupes, Lina —exclamó–. Aquí todos aprendemos a bailar entre miradas y cuchillos —soltó mientras observaba a Tatiana en tono de desafío.
Las tres mujeres se acercaron un paso más, pero no para atacar, era un ritual de imposición, una escena que dejaba claro quién mandaba y quién debía aprender a moverse en su silencio. Tatiana me dio una sonrisa que no llegó a sus ojos y añadió, con un frío calculado:
—Que te pierdan el miedo, humana. Aquí no se te tolera la debilidad.
Una de las madres de la manada, que había estado observando la escena, intervino.
—Basta —exclamó alzando la voz— Christian la trajo aquí por una razón y aunque no les guste, ninguno puede contradecir sus órdenes.
Tatiana y las otras dos chicas no dijeron nada, sabían que no podían discutir con una loba madre, así que solo se dieron media vuelta y se alejaron molestas para luego salir del salón.
Mara, la chica de rasgos afilados, asintió con una leve inclinación de cabeza y, en un instante, cambió el tono de la atmósfera. Kira, Jonas y Sela recuperaron su camaradería silenciosa y me ofrecieron una sonrisa contenida, una pequeña apertura a lo que podría convertirse en una alianza secreta de confianza. Lucil se acercó de nuevo y, en voz baja, me confesó:
—No todos están contentos con tu llegada, pero parece que las madres lobas están de tu lado.
De repente, uno de los lobos de la seguridad de Christian apareció en el umbral de la cocina y su presencia dejó una estela de silencio en la sala. Sus hombros llevaban la imponente quietud de quienes han visto demasiadas noches en las sombras y, sin embargo, se movía con una precisión crispante. Cruzó la mirada con los presentes para luego acercarse a las lobas madres e intercambiar palabras durante unos segundos. Luego, se giró ante los presentes que se mantenían en tensión.
—Solicito la presencia de todos en la sala de reuniones. Es un anuncio importante de parte de Christian. Por favor, sin demora.
Las palabras cayeron pesadas, era un llamado claro, directo, que no admitía excusas. Los presentes intercambiaron miradas de pregunta, luego comenzaron a caminar juntos hacia el pasillo que conducía a la sala de reuniones. El murmullo creció en intensidad, una mezcla de emoción y nerviosismo que parecía vibrar en las paredes de piedra. Lucil apretó mi mano con más fuerza y me habló al oído, casi para anclarme a la realidad.
—No tienes de qué preocuparte, Lina —murmuró, su voz tenía una chispa de confianza. Le sonreí—. Estoy segura que Christian solo quiere explicarle a todos por qué estás aquí. Será más fácil a partir de ahora —exclamó tranquila. Luego, como si las manos fueran una cuerda que nos une, me acercó a su lado y añadió —Ven, siéntate conmigo en el salón.
Me dejé guiar por Lucil y caminamos juntas en sincronía con el paso de la manada. La sala de reuniones estaba al final de un pasillo ancho, iluminada con luces cálidas que daban a las paredes un tono dorado. El murmullo de la gente era un latido constante que parecía acompañar el ritmo de mis pulmones.
Llegamos a la sala. En el interior, Christian estaba ya de pie junto a una mesa larga, rodeado por las madres lobas, los miembros de su seguridad, los jóvenes de más alto rango y frente a ellos se amontonaba la multitud que había escuchado el llamado. Su mirada silenciosa me encontró en la puerta, tenía la mezcla exacta de seriedad y protección que había visto desde el primer día. Sin perder la compostura, habló para que la sala quedara en silencio y esas palabras me sorprendieron.
—Hemos detectado la presencia de intrusos en nuestro territorio. Es la primera vez en más de 1.000 años que esto ocurre —aseguró ante la mirada atónita de todos. Se escuchó el grito ahogado de los presentes.
—¿Esas presencias están relacionada con ella, verdad? —preguntó Tatiana alzando la voz y señalándome —ella las trajo —aseguró. Christian se mantuvo en silencio lo que causó que todos voltearan a observarme con rabia y sentí como la presión en mi pecho aumentaba. Me encontraba sola en medio de una manada de lobos furiosos que me odiaban ¿Qué iba a hacer ahora?