—La literatura es un respiro —dijo Alejandro, acariciando la portada de un libro—. Un sitio para perderse y reencontrarse.
Trina asintió, fascinada por su lado intelectual. —Lo entiendo. Para mí, es como el paisajismo.
Él la miró con comprensión. —Sí, es similar.
La atrajo hacia él, tomándola por la cintura. El beso fue diferente, una caricia íntima, más que un mero deseo.
—Trina —susurró Alejandro cerca de sus labios—. Hay algo en ti que despierta mis ganas de ser mejor.
Trina sintió una punzada en el corazón, sorprendida por esa confesión sincera.
Esa noche, su pasión fue más profunda y emotiva. Fue más que sexo, una unión de cuerpos y almas. Alejandro fue más tierno, atento y presente. Trina se entregó sin reservas, sintiendo que veía al verdadero Alejandro, al hombre tras la fachada.
Pero en medio de esa intimidad, Trina recordaba su descubrimiento. La dualidad de Alejandro era fascinante y aterradora a la vez. ¿Podía confiar en un hombre capaz de tanta ternura y tanta oscuridad?