—Aquí, Trina —susurró él, con voz ronca—. Aquí, no hay reglas. Solo nosotros.
Él le rozó la mejilla con la mano, acariciando su piel. Trina cerró los ojos, y notó una descarga eléctrica por todo el cuerpo. La pasión contenida durante el día estalló.Él la besó, un beso pausado que le hizo perder el aliento. Trina respondió con la misma intensidad, aferrándose a su cuello, con los dedos en su pelo. Su boca era una mezcla de vino, perfume y algo salvaje que la hacía temblar.La llevó al suelo, sobre la hierba suave. La luna llena era su única compañía. Alejandro la desnudó lentamente, con los ojos en ella, cada prenda que caía era una barrera menos. Trina se entregó sin reservas, con sus manos recorriendo su espalda.Él la tomó con una intensidad controlada, sus movimientos rítmicos, llevándola al límite una y otra vez. Trina gritó su nombre, arañando su espalda, con las piernas alrededor de su cintura. El placer era tan grande que la hacía perder l