Para Trina, la gala se transformó en un suplicio. Cada sonrisa que Alejandro dedicaba a otra mujer, cada conversación con gente importante, le dolía en lo más profundo. Los celos la carcomían por dentro, entorpeciendo su intento de mostrar una actitud profesional con cada mirada que le dirigía a Alejandro, buscando una señal de que era algo más que su arquitecta paisajista.
Él, ajeno a su conflicto interno, fue el anfitrión perfecto, el empresario cautivador de siempre. La invitó a cenar y hablaron de negocios, política, arte, pero no de lo que había ocurrido entre ellos. La diferencia entre su imagen pública y su amante secreto era enorme, y Trina se sentía perdida.
Al finalizar la gala, Alejandro la llevó de vuelta a su villa. El recorrido fue silencioso, con una tensión evidente. Trina sentía ira y un deseo intenso que la consumía. Quería reclamarle, preguntarle qué significaba todo, pero las reglas se lo impedían.
Al llegar, Alejandro le abrió la puerta.
-Buenas noches, Trina.
Ell