El aroma dulce de las flores que adornaban el escenario se mezclaba con el olor a madera pulida y a terciopelo viejo. El auditorio de Étoile estaba repleto; padres, familiares y amigos llenaban cada butaca, expectantes por la función de fin de trimestre. Pamela, vestida con un elegante vestido negro de seda y el cabello recogido en un moño bajo, revisaba cada detalle tras bambalinas. El brillo en sus ojos se mezclaba con orgullo y nerviosismo: esa noche no solo se presentaban sus alumnas, sino que Étoile se reafirmaba como un espacio que había resurgido de las cenizas después del sabotaje pasado.
Cristhian, impecable con un traje gris marengo y corbata borgoña, la observaba desde la primera fila. A su lado, Abigail —con un vestido azul celeste y un lazo en el cabello— sostenía con ambas manos el programa de la función. Miriam, como siempre, se encargaba de que la niña no se distrajera demasiado. Theresa, sentada unas filas atrás, no dejaba de tomar notas para un artículo que planeaba