La noche caía sobre la ciudad con un aire denso, como si las sombras supieran que algo estaba por derrumbarse. El eco de los acontecimientos recientes aún retumbaba en los muros de los tribunales, en los pasillos de Étoile y en el corazón de quienes habían resistido. Pamela, de pie frente al ventanal de la casa, contemplaba el horizonte iluminado por luces artificiales, mientras una ansiedad sutil le recorría el pecho. Sabía que todo estaba por cambiar, aunque no podía aún adivinar cómo.
Cristhian, a su lado, acariciaba suavemente su mano. Su mirada oscura, cansada y profunda, se posaba en ella con una mezcla de ternura y tormento. Había estado demasiado cerca de perderlo todo: su libertad, su prestigio, incluso a la mujer que lo sostenía en medio de aquel caos. Sin embargo, algo en su interior le decía que la batalla aún no había terminado.
—Luciana está acorralada —dijo Pamela en voz baja, rompiendo el silencio cargado que reinaba en la casa—. Sus movimientos ya no son tan calculado