El sol brillaba con fuerza esa mañana, pero el aire seguía cargado de una pesadez palpable, como si la ciudad misma respirara con cautela, temerosa de lo que vendría. El fuego había dejado sus marcas, no solo en Étoile, sino también en los corazones de aquellos que lo habían vivido. La devastación no solo era física, sino emocional. Pamela caminaba por la calle hacia su casa, su rostro grave y pensativo, mientras las ruinas de su escuela seguían humeando a lo lejos.
Cristhian había estado firme a su lado, tal y como lo prometió, pero algo en él había cambiado. Había un rastro de rabia en sus ojos, una ira contenida que solo él sabía cómo manejar. Pamela lo sabía: la venganza sería su siguiente paso, y él no permitiría que nadie quedara impune por el daño causado.
Pero esa mañana, mientras tomaba su café, algo empezó a inquietar a Pamela. Algo no encajaba. La mirada de Theresa, las palabras que se habían dicho en medio de la emergencia, la forma en que la periodista se había mantenido