La madrugada se sentía extrañamente densa. El aire, aunque quieto, cargaba una electricidad invisible, como si el destino respirara detrás de cada esquina. Pamela no había dormido. Desde la revelación del vínculo de Iván Ferreira con el secuestro de Abigail, el mundo parecía tambalear en cada paso que daba.
Abigail dormía profundamente, finalmente en casa, abrazando una pequeña manta de satén rosa, vigilada por la señora Mirian y una enfermera que Christian había traído especialmente. Matías, aunque distante, se había mantenido firme colaborando en la investigación. Pamela lo reconocía, incluso si los viejos fantasmas entre ellos todavía dolían.
—Tienes que dormir un poco, Luz —murmuró Cristhian, acercándose por detrás, envolviéndola con sus brazos.
—¿Cómo podría? Después de todo esto… ¿después de lo que Abigail vivió? —susurró Pamela, sin girarse, con la mirada perdida en el ventanal de su departamento. Desde ahí se veía la ciudad dormida, ignorante del caos que hervía bajo la super