El silencio era tenso, el aire cargado de una electricidad invisible que erizaba la piel. Pamela y Cristhian estaban sentados frente a Miriam en el estudio privado de la casa, un lugar que hasta ese momento había sido refugio y escenario de confesiones íntimas. Pero esa noche, era un tribunal.
Miriam bajaba la mirada, sus dedos entrelazados con rigidez, y un leve temblor en su voz delataba el peso de lo que estaba a punto de decir. Pamela, con el rostro endurecido por la incertidumbre, no dejaba de mirar a Cristhian, como si buscara una confirmación silenciosa de que todo seguiría en pie después de eso.
—Miriam… —dijo Cristhian, con voz grave, sin ocultar la frialdad en su tono—. Es el momento. Dinos la verdad.
Ella respiró hondo. Sus labios temblaron antes de pronunciar las palabras que parecían quemarle la lengua.
—Lina me amenazó. Me chantajeó. Hace meses.
Pamela cerró los ojos con fuerza, mientras Cristhian apretaba los puños sobre los apoyabrazos del sillón.
—¿Por qué no lo dijis