Liam estaba sentado en el sillón del cuarto de Olívia. El cuerpo inclinado hacia adelante, los codos apoyados en los muslos, las manos entrelazadas cubriéndole parcialmente la boca. La mirada clavada en la alfombra parecía atravesarla. El zumbido de sus propios pensamientos era tan fuerte que parecía físico. Cuando oyó la voz de ella, alzó los ojos despacio, como quien regresa de muy lejos.
—¿Por qué agrediste a Bárbara?
Los ojos de Olívia se entrecerraron. La respiración se volvió corta; incredulidad y dolor se mezclaban en la misma mirada.
—¿De verdad me estás preguntando eso? —la voz salió indignada, un poco temblorosa—. Creo que la pregunta debería ser: “¿estás bien?”. Al fin y al cabo, estoy embarazada y ella me provocó hasta el límite.
Él la observó en silencio. Olívia se dio la vuelta y caminó hasta la puerta. Giró la manija con un gesto firme y la abrió de par en par, intentando imponerse control al propio cuerpo.
—No tenemos nada que hablar. Ahora puedes retirarte, por favor.