En el elegante silencio de un hotel de lujo, Liam estaba tendido, tratando de controlar la respiración después de horas de excesos. A su lado, la acompañante estiró el cuerpo y se acercó, buscando un lugar sobre su pecho.
—Vaya… hoy estabas demasiado tenso —comentó en un tono ligero, inclinándose sobre él—. ¿Quieres dormir un poco, bebé, o prefieres hablar? —murmuró, acercando el rostro, con los labios a un suspiro de los suyos—. Una acompañante puede ser una excelente psicóloga, ¿sabías?
Liam mantuvo la mirada fija en el techo, la expresión fría y distante. Cuando ella se acercó más, él alzó la mano y le tocó los labios, frenando su avance.
—¿Cuándo abrí mi vida a una acompañante o autoricé un beso? —dijo, con la voz baja pero firme, sin una pizca de emoción—. Nunca dormí con una ni besé a nadie en la boca. Y tú ya te estás apegando… lo que significa que es hora de cambiar.
La mujer alzó las cejas, se mordió el labio un segundo. Luego se recompuso, tratando de mantener el tono seduct