Olívia lo miró en silencio, con las manos temblorosas sobre la toalla. El corazón le latía desbocado, pero el rostro empezó a endurecerse. Tragó saliva, absorbiendo cada palabra como si fuera una sentencia. La mirada, antes ardiente, se volvió más oscura, comprendiendo la dimensión de la frialdad de él.
—Eres un monstruo, Liam… —murmuró, con la voz baja pero firme, los ojos humedecidos—. No tienes principios, no tienes alma. Tratas a las personas como si fueran objetos desechables.
Él se recostó lentamente en el sillón, se acomodó con calma y cruzó las piernas, la mirada fría clavada en ella. Por un instante solo se oyó la respiración de ambos. Luego, la voz de él llegó baja y medida, cada frase cargada de veneno contenido.
—Hablas tanto de principios, Olívia… —hizo una pausa, los ojos recorriéndole el rostro—. Quieres crearle a Bárbara la fama de amante, cuando era mi novia mucho antes de que yo tuviera la desgracia de cruzarte en mi camino. Pero quien estaba a los besos, el día de n