Larissa estaba en casa de América. Esa noche saldrían de antro para celebrar el inicio de las vacaciones, y se quedaría a dormir allí. Como de costumbre, se había encargado de encontrar el atuendo perfecto para su amiga. América, sin embargo, sentía la necesidad de una aprobación externa para sentirse cómoda con su apariencia. El trauma que Bárbara le había dejado no se borraría fácilmente: sabía que necesitaría años de terapia para sanar.
—Este vestido está lindo, nunca te lo he visto —comentó Larissa, sacando del armario una prenda roja.
—Me lo regaló Bárbara… fue el día que Nathan llegó a su casa y encontró a Vladimir ahí. Tuvimos problemas —le recordó América con voz baja.
—Pero ese viejo ya murió. Y además, es un regalo de tu mamá. Vamos, póntelo —insistió Larissa, tendiéndole el vestido.
¿Cómo negarse? El vestido era hermoso. Aunque América recordaba con nitidez el conflicto que había surgido por culpa de él, no podía ignorar lo bien que le quedaba.
Nathan se había ofrecido a se