Larissa conducía con el rostro iluminado por una mezcla de alegría e intranquilidad.
—Amiga, me pareció súper lindo, el papá de Jader —comentó, mirando de reojo a América.
Era entendible. Después del recibimiento que les había dado Nathan, cualquiera se habría sentido esperanzado. Incluso América, por un momento, se permitió bajar la guardia, quizá bajar la guardia, podría traerle dolor, pero muy en el fondo quería sentirse así, a como Nathan la hizo sentir.
—No lo sé… —dijo ella, con la mirada perdida en la ventana—. A mí también me pareció buena gente desde que lo conocí. Pero pensá, así pensaste de Jader, y mirá el patán que resultó, además…
América se quedó en silencio sin terminar de decir lo que pensó.
—¿Qué?, ¿además, qué?
—Además, me compró, una buena gente hubiera ayudado, él tiene dinero, con dinero me hubiera ayudado a pagar un buen abogado para emanciparme pero quizá… bueno —tartamudeo un poco—. A veces las gentes, no pensamos bien.
—Tienes razón —admitió Larissa, sin perd