América se contemplaba frente al espejo de su habitación. Frente a ella había una joven hermosa, de rasgos delicados y cuerpo envidiable, pero con una tristeza enquistada en la mirada. Era guapa, sí, pero infeliz. Solo se mantenía viva para no darle el gusto a los que la querían ver destruida.
Después de salir de casa de Zoe, se había prometido a sí misma que no volvería a entrar a la mansión de con expresión de funeral. Por eso, al cruzar la puerta, se forzó a esbozar una sonrisa de esas que Bárbara solía practicar frente a sus amigas: amplia, perfectamente medida, tan falsa como convincente.
Nathan la observó de arriba abajo apenas entró al salón. Aquella mirada la incomodó, aunque no lo demostró. Caminó con la cabeza en alto, fingiendo tanta seguridad que incluso por un segundo se la creyó. Tal vez dentro de ella sí habitaba ese carácter fuerte que comenzaba, por fin, a salir a flote.
Nadie en la fiesta sabía los términos bajo los cuales se había casado con Nathan. Para todos, era