Mientras subían en el viejo ascensor de hierro hacia el piso de Stella, Cyrus notó que ella se mantuvo lo más lejos posible de él, pegada en la pared contraria a la que él estaba pegado. También mantenía la mirada agachada, como si no pudiera verlo directamente a los ojos y un rubor, de un bonito tono rosa, le teñía las mejillas.
Cyrus habría dado lo que fuera; todo su dinero, su herencia y hasta su propia vida, por poder tener el poder de leer las mentes y saber lo que Stella estaba pensando en ese momento.
Reprimió una sonrisa y tamborileó los dedos en el posamanos del cual se sujetaba.
Con una sacudida espeluznante, el ascensor se detuvo en el quinto piso del edificio y ambos salieron al abrirse las puertas. Primero Stella y él la siguió hasta la puerta del fondo a la derecha.
Stella no pudo controlar el ligero temblor en sus manos y mientras buscaba las llaves en su bolso, ese temblor provocó que estas cayeran al suelo.
Ambos se inclinaron al mismo tiempo para recogerlas