El rostro de Cyrus se tensó. Su mandíbula se marcó como una línea de acero, los nudillos se le blanquearon alrededor de los reposabrazos de la silla, a los cuales sus manos se aferraban con fuerza.
Shane lo miró y sonrió con malicia.
—¿Qué pasa? No me digas que te ofende que te sugiera conquistarla. Vamos, siempre has sido un experto en eso.
Cyrus respiró profundamente.
—Déjalo, Shane.
El tono no admitía discusión, pero Shane no parecía captar el aviso.
—No, no. En serio, ahora me das curiosidad. —Se inclinó hacia adelante con un brillo travieso en los ojos—. Tal vez ella sea el desafío que te faltaba. Una fea imposible de seducir. Te apuesto a que no durarías una semana, o quizá ni un día, porque esa fea debe de estar necesitando... suplicando algo de afecto.
—Te dije que te detuvieras —repitió Cyrus, esta vez más bajo, más peligroso.
El ambiente se volvió denso. El reloj de pared marcó un tic-tac que sonó como un golpe seco en el aire.
Shane sonrió, percibiendo la