Como siempre, el consultorio estaba impregnado por ese aroma a jazmín. La luz del mediodía entraba a través de las persianas, bañando el espacio en una claridad suave. Frente al escritorio, Stella estaba sentada en el mismo sillón beige donde tantas veces había llorado. Pero esa mañana su semblante era distinto. Había algo más tranquilo en su mirada, algo que hacía tiempo no se veía allí y que en las últimas sesiones había comenzado a cambiar: paz.
La doctora la observó con una sonrisa paciente, cruzando las manos sobre el regazo.
—Te veo diferente hoy —comentó con voz serena—. Más ligera.
Stella asintió, y sonrió sin esfuerzo alguno. Últimamente no le costaba nada sonreír.
—Sí… es que, por fin, están pasando cosas buenas. Cosas verdaderamente buenas... y bonitas. —Bajó la mirada, como si aún le costara creerlo—. La empresa para la que trabajo… Leroux Holdings… me regaló un departamento.
—¿Te regalaron un departamento? —repitió la doctora, sorprendida pero con un brillo amable en los