Louis Leroux no podía creer lo que acababa de escuchar. Era una locura lo que su hijo había dicho y él no lo podía permitir.
Una cosa era ayudar a algún empleado que estuviera pasando una mala situación y otra era querer regalarle un departamento así por así, especialmente a una empleada que era nueva y no de total confianza, como lo era Andrew que llevaba años trabajando para él.
¿Qué diablos estaba pasando por la cabeza de su hijo al querer hacerle semejante regalo a una simple secretaria, con la que supuestamente no tenía nada, solo porque sí?
—Lo que has escuchado —respondió Cyrus con tranquilidad y se pasó una mano despreocupada por el cabello rubio—. Un departamento en el que ella pueda vivir.
—Pero... ¿qué demonios, Cyrus? ¿Te has vuelto loco? ¿Cómo vas a regalarle un departamento a la señorita Davison?
Cyrus soltó un resoplido y se masajeó las sienes.
—Antes de que digas cualquier cosa, no estoy loco, y Stella... ella lo merece, padre.
—Escucha —dijo Louis, levan