Punto de vista de Caspian
Llegué a la sede de mi empresa como una ráfaga: el asfalto bajo mis ruedas, la ciudad de Valemyst desfilando en vidrios y acero. Subí por las escaleras mecánicas, crucé el vestíbulo y entré en mi torre de cristal. Al entrar en mi oficina me sorprendió encontrar a ese asqueroso gusano, comandante de Roderick, y junto a él había una mujer de bonita apariencia. Me miraba como si yo fuera su dulce favorito y sentí asco nada más verla.
—¿Qué haces aquí? —la pregunta no fue amable.
El comandante, con la suficiencia que lo hacía repulsivo, habló primero.
—Rey Caspian —dijo con voz medida—. Venimos por un asunto delicado. Nos ha llegado información de que te has acercado a la Sangre Real. Eso jamás lo permitiremos.
Le di un puñetazo al escritorio, salí de detrás de él y me planté frente al comandante.
—¿Y desde cuándo debo yo pedir permiso a ese gusano? —gruñé. Atlas gruñó en mi mente; la situación no me gustaba para nada.
El comandante empezó a reír.