Hoy cumplo dieciocho años.
Crecí en un orfanato, dejada atrás por un padre que jamás conocí. A pesar de esa ausencia, mi infancia aquí ha sido armoniosa: las monjas que dirigen el lugar han sido mi refugio, mi familia, mis guías.
Me llamo Rubi.
Hoy, por fin, tendré la edad suficiente para marcharme y conocer el mundo. Aunque extrañaré estas paredes que han sido mi hogar, una parte de mí arde por descubrir qué hay más allá. ¿Será la vida afuera tan fascinante como en las películas? No lo sé, pero la intriga me consume.
La madre superiora María, entre lágrimas, accedió a dejarme partir. Ella ha estado conmigo desde que era una bebe, y la extrañare, los extrañare a todos. Y yo, como cada mañana, me levanté temprano para ayudar en las labores: organizar, limpiar, atender a los niños. Me gusta colaborar; me hace sentir que no pierdo el tiempo.
Al caer la tarde, me encuentro en la libreria leyendo cuando uno de los pequeños vino corriendo:
—¡Rubi, ven al comedor!
Me pongo de pies y pr
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