Azzura
Itala da miradas hacia atrás, y al estar bastante retiradas, se recupera para dar guerra a su amiga.
—Te volviste loca, has tratado como m****a al Don, no a cualquiera —pelea.
—Es la única opción. No seré la nieta que venderá al mejor postor —prometo.
—Darío impidió que recibieras un castigo. —Itala me retiene a mitad de camino y se planta en mi cara—. Temo por ti, cosa que tú no haces.
—Para eso te tengo en mi vida. —La acerco a mi cuerpo y abrazo fuerte.
—¿Qué harás cuando regrese a Canadá?
No quiero ir a ese tema, aunque es nuestra realidad.
—Te conozco. Te encargarás de que sienta tus regaños, así estés a miles de kilómetros. —La alejo y jalo de la mano—. Entremos. Hace frío y debemos buscar nuestras habitaciones.
—Buscaré la manera de tirar de tu oreja —afirma y se deja guiar hacia la casa.
Recorro con la vista el área del frente: hay un bohío, varias tumbonas y una piscina al aire libre.
—Antes de irme tenemos que probarla —propone Itala, y asiento.
—Lo haremos —acepto, so