La herida de Kian es más grave de lo que cualquiera de nosotros había anticipado. Los médicos, aunque eficientes, no pueden garantizar que se recupere por completo en poco tiempo. La preocupación se extiende como una sombra entre los miembros de la manada, pero hay algo más en mi pecho: miedo. No miedo por él, sino miedo de ser la responsable. De que todo recaiga sobre mí ahora que él está fuera de combate.
"Es solo temporal", me repito una y otra vez. "Solo temporal." Pero esas palabras me suenan vacías cada vez que las digo. En mis manos recae el futuro de la manada. Y si soy honesta, una parte de mí no está tan segura de si estoy lista para asumirlo.
Afuera, el viento sopla con fuerza, sacudiendo las copas de los árboles, mientras yo me siento a su lado en la cama. Kian está inmóvil, el dolor visible en su rostro, y aunque intenta parecer fuerte, sus ojos me dicen otra cosa. No es su cuerpo lo que le está quebrando, es su orgullo. Es el hecho de que no puede controlar la situación.