La victoria nos había dado lo que más deseábamos: un respiro. Una breve tregua. Habíamos ganado la batalla, sí, pero las cicatrices emocionales no desaparecen con la misma rapidez con la que se derrumban los castillos de arena. El viento había cambiado, pero aún sentíamos la arena pegada a la piel. Y con esa sensación, algo seguía doliendo en el fondo de mí, algo que no podía identificar.
Kian estaba ahí, a mi lado, con su presencia tan constante y sólida como siempre. Su cuerpo se mantenía firme, como una muralla contra cualquier amenaza, pero en sus ojos... en sus ojos había algo que no había visto antes. Algo que se escondía detrás de su seguridad, algo más vulnerable. La paz que habíamos ganado no era más que una ilusión tempor