Elisa
A veces pienso que el dolor no se va nunca del todo, solo se acomoda en rincones distintos del alma. Y justo cuando crees que ya no está, aparece de nuevo. Como un eco. Como un susurro cruel que te recuerda por qué te hiciste fuerte en primer lugar.
Eso sentí al ver a Alexander en la rueda de prensa.
Su voz no tembló. Su postura no vaciló. No era el CEO altivo y controlador al que conocí, era un hombre... simplemente un hombre, enfrentando el juicio de un mundo que no perdona errores, y mucho menos los admite.
Confesó la verdad. Pidió perdón públicamente. Nombró a mi abuelo con el respeto que se le negó durante décadas. Y por primera vez desde que esta locura comenzó, sentí que algo dentro de mí se aflojaba. Como si el resentimiento que llevaba en el pecho se derritiera, solo un poco, como nieve al sol.
Pero perdonar no es tan simple como querer hacerlo.
Porque también están las noches en que lloré sin entender por qué mi familia había sido humillada. También está el recuerdo de